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lunes, 14 de mayo de 2018

Orígenes del conflicto árabe-israelí


Setenta años cumple hoy el Estado de Israel. Desde que el viernes 14 de mayo de 1948 David Ben Gourion proclamara su nacimiento e hiciera realidad la decisión tomada por las Naciones Unidas de establecer en Palestina una nación judía, han transcurrido siete décadas marcadas por un conflicto que a día de hoy sigue latente. Y es que la ONU, en la votación celebrada en la ciudad de Nueva York meses atrás para resolver la “cuestión palestina”, había decidido conformar también un estado árabe que, sin embargo, nunca vio la luz y dejó así a sus milenarios pobladores carentes de unos derechos que están lejos de conseguir. Lo que para la nación israelí hoy es motivo de celebración y fiesta nacional, para los palestinos es conocido como Naqba (desastre, en árabe) y marcó el inicio del exilio de muchos de sus habitantes. 

Sin embargo, para entender la dimensión del conflicto no es suficiente con conocer lo acaecido desde la mitad del siglo XX hasta la actualidad. Si queremos ser capaces de comprender la situación presente en Israel es necesario que nos remontemos bastantes siglos atrás. Esto, a su vez, nos permitirá afrontar el tema desde una perspectiva más amplia.

Miles de años y decenas –incluso cientos- de civilizaciones distan desde el nacimiento de la religión monoteísta más vetusta del mundo hasta la proclama del hombre que se convertiría en el primer ministro israelí tras el mandato británico en Palestina. Según las sagradas escrituras del pueblo judío, Dios prometió a Abraham y a sus descendientes –conocidos como los Patriarcas (Abraham, Isaac y Jacob), fundadores de esta religión de origen semita- la tierra de Israel hace unos 4.000 años. Desde que el creador del mundo se dirigiera al citado Abraham –“A ti y a tusdescendientes daré esta tierra” (Génesis 12:7)-, la región de Canaán estuvo habitada por varias generaciones de estos hombres, que conformaron las 12 tribus de Israel. Estas tribus fueron esclavizadas por los faraones egipcios hasta que lograron su liberación gracias al profeta Moisés, quien guió a su pueblo por el desierto durante cuarenta años hasta alcanzar de nuevo la “Tierra Prometida”. Fue durante las décadas ulteriores, la llamada época de los jueces, cuando las 12 tribus se unificaron bajo el rey David en Judea. Esta etapa, que abarcó también el reinado de su hijo Salomón, coincide con los años de mayor esplendor del pueblo hebreo, momento en el que se construyó el primer Templo de Jerusalén sobre la cima del monte Moriah. Tras la muerte de Salomón, los israelitas se dividieron en dos reinos: el reino de Judá, al sur y el reino de Israel, al norte.

Ambos reinos fueron conquistados por asirios y babilonios, quienes expulsaron a los judíos de estas tierras por medio siglo, hasta la llegada del rey persa Ciro, quien bajo su mandato permitió a los israelitas regresar así como reconstruir el Templo. Desde ese momento (siglo VI a.C.), y a pesar de la llegada de diferentes pueblos y civilizaciones, los judíos vivieron en relativa paz hasta la conquista romana en el año 63 a.C. de la ciudad de Jerusalén. Fue una época de revueltas en la región de Judea que se saldó con rebeliones aplastadas por Tito, hijo del emperador Vespasiano, cuyo ejército destruyó en el año 70 de nuestra era el Templo, que ya nunca volvería a ser reconstruido. El único fragmento que se conserva es la parte occidental del edificio, conocido mundialmente como el Muro de las Lamentaciones, que constituye el lugar de rezo más sagrado del judaísmo. La expulsión definitiva de los israelitas de tierras del Imperio Romano no se produjo hasta tiempos del emperador Adriano, que prohibió a los judíos la entrada a Jerusalén a mitad del siglo I. Es esta época de la Historia la que marca el inicio de la diáspora, el éxodo judío que ha durado alrededor de 2000 años.

Aspecto actual del Muro de las Lamentaciones
Como cabría esperar, la vida y el comercio de esta oriental región mediterránea no cesaron con la marcha del pueblo de Israel, y tras la caída del Imperio Romano, la zona fue administrada por Bizancio hasta que cayó en manos de los árabes en el siglo VII. Durante esta época se construyeron la mezquita de AI-Aqsa y la Cúpula de la Roca, aprovechando el desierto solar en el que un día, siglos atrás, se erigiera el Templo de Salomón. A esta parcela se la llamó Haram-el Sharif. Tras La Meca y Medina, este emplazamiento es considerado el tercer lugar más sagrado del Islam, pues es creído por los musulmanes que desde esta mezquita el profeta Mahoma ascendió a los cielos.

Así pues, podemos comprobar fácilmente que, exceptuando el periodo que comprende las campañas de los cruzados en Tierra Santa durante el cual el control de Jerusalén pasó a manos cristianas, la región palestina ha permanecido bajo gobiernos árabes casi trece siglos. También cabe destacar que el sultán Saladino permitió a los judíos volver a instalarse en los territorios que hoy comprenden el actual Israel. Ya entrado el siglo XVI, fueron los turcos otomanos quienes conquistaron el territorio, que permaneció bajo su yugo hasta el final de la I Guerra Mundial, tras la desintegración del Imperio Otomano en el tratado de Sèvres. En esta época, tanto árabes como judíos tuvieron una convivencia pacífica en Palestina, pues la minoría israelí fue respetada por el gobierno otomano, que permitió la libertad de culto y su vínculo espiritual con la ciudad de Jerusalén. Además, en pleno siglo XIX, grupos judíos provenientes de una Europa antisemita pudieron instalarse en pequeños asentamientos.
Cúpula de la Roca
Por su parte, las vicisitudes que durante la Historia sufrió el pueblo judío comenzaron, paradójicamente, con una religión que predicaba el amor al prójimo “sobre todas las cosas”. Los padres de la Iglesia, con gran influencia en muchos estados europeos, se esforzaron en resaltar las diferencias existentes entre judíos y cristianos, lo que provocó que muchos fueran expulsados o relegados a los más bajos escalafones sociales, a la vez que se expropiaban sus posesiones y privaban sus derechos. Los judíos pudieron vivir un periodo de paz en Al-Ándalus durante la época de los califas, hecho que cambió tras la reconquista y terminó con su expulsión en 1492 del reino de España. Una situación análoga sucedió en Polonia, donde el pueblo hebreo gozó incluso de algunos cargos en el gobierno hasta la llegada al territorio por parte de los cosacos. En otras regiones como Rusia, los zares hicieron desaparecer cien mil judíos en menos de diez años. Fue cuando la palabra pogromo –linchamiento premeditado a un grupo étnico- cobró fuerza. La situación se tornó más favorable para ellos en los países de la Europa occidental tras la Revolución Francesa, si bien apenas un siglo después, en la misma capital de los derechos del hombre, iba a ocontecer un hecho que cambiaría en un futuro próximo las relaciones entre israelíes y palestinos…


Sucedió una mañana de invierno en París a principios de 1895, en medio de una época de sentimientos nacionalistas fervientes, durante la degradación de un capitán judío del ejército francés acusado injustamente –como más tarde se demostró- de traición nacional. El asunto Alfred Dreyfus, que sacudió la opinión pública, mayoritariamente posicionada al principio en contra de este oficial, fue el desencadenante que inspiró al austrohúngaro Theodor Herzl, corresponsal de un periódico vienés en Francia, a teorizar acerca de una corriente que fue bautizada como “sionismo”. Este movimiento político defendía la creación de un estado judío como la única manera de que el antisemitismo imperante en Europa desde hacía siglos acabara realmente. Años más tarde, se formaba la Organización Sionista Mundial.

Llegamos ahora a la I Guerra Mundial, que enfrentó a las principales potencias del globo. Durante las confrontaciones, muchos dirigentes árabes de la zona ofrecieron su apoyo a británicos y franceses ya que, en caso de victoria, esperaban poder independizar unas regiones controladas hasta ese momento por el Imperio Otomano. En los tratados, sin embargo, Palestina quedó fuera de las futuras concesiones territoriales debido en parte al acercamiento de pareceres entre la Organización Sionista Mundial y Gran Bretaña. Los sionistas ofrecerían a los ingleses mayor administración y control en el Canal de Suez en caso de que estos apoyaran la creación de un “Hogar Nacional Judío” en Palestina, ya que dicho enclave quedaría en el territorio que ellos reclamaban. Las conversaciones entre ambos derivaron en una carta conocida hoy día como la Declaración de Balfour, en la cual el secretario de Relaciones Exteriores británico afirmó lo siguiente:

"El Gobierno de Su Majestad ve con beneplácito el establecimiento en Palestina de un Hogar Nacional para el pueblo judío y hará cuanto esté en su poder para facilitar el logro de ese objetivo, quedando claramente entendido que no se tomará ninguna medida que pueda perjudicar los derechos civiles o religiosos de las comunidades no judías de Palestina, o los derechos o la condición política de que gocen los judíos en cualquier otro país."

Puerto de Jaffa
Conocedores y plenamente conscientes de la filtración, los árabes palestinos protestaron ante el contenido de esta misiva. Sin embargo, los británicos, para ganarse el apoyo árabe ante estas declaraciones, les aseguraron que sería la propia decisión de sus poblaciones autóctonas lo que determinaría la creación de sus estados. Con los años, este argumento se demostró incongruente e infértil, pues tras el cese beligerante, la actitud británica no tuvo consideración alguna con los árabes palestinos que habitaban la zona, ya que permitieron la inmigración de judíos provenientes de todo el mundo, mayoritariamente de Europa. Todo esto a pesar que la Declaración Balfour no tenía ningún efecto de carácter real y obligatorio más allá de las intenciones sesgadas de un gobierno europeo.
 
Así, bajo el Mandato Británico en Palestina establecido por la Sociedad de Naciones y que duró 30 años, la población judía, que en 1919 era de apenas un 10% en la región, tan solo dos décadas más tarde contaba con un tercio de los habitantes del lugar. Los judíos, bien organizados desde la Agencia Judía que controlaba Ben Gourion, manejaron con soltura la llegada de buques atestados de judíos a los puertos mediterráneos de Jaffa y Haifa. El movimiento sionista daba sus resultados ante una política británica permisiva, lo que aumentó las tensiones en la región. Los árabes palestinos consideraban injusta la venta de terrenos a "colonos" judíos, que también se incrementó considerablemente durante esos años. Debido a la carencia de organizaciones políticas, los palestinos se manifestaron violentamente (en 1920, 1929 y 1935/36) contra la presencia judía en la zona, incitados por las autoridades religiosas. Las revueltas, que fueron sofocadas por el ejército británico, se saldaron en algunos casos con numerosas muertes judías, como la matanza que sufrieron alrededor de 70 israelitas en la ciudad de Hebrón en 1929. A raíz de estos levantamientos, la llegada de judíos fue controlada en mayor medida por los británicos a partir de 1939, los cuales pusieron más impedimentos y se ganaron a su vez el enfrentamiento con las élites sionistas.

Mujeres palestinas vendiendo verduras
Este periodo de tensiones entre judíos, árabes y británicos se mitigó con el estallido de la II Guerra Mundial. Sin embargo, estos años de “paz” finalizaron de la mano de la contienda. Miles de judíos que habían huído y/o sobrevivido al régimen nazi emigraron a tierras palestinas (alcanzandolos 600.000 habitantes en 1945), a la vez que la sociedad occidental destapaba las atrocidades cometidas en el Holocausto de la Alemania de Hitler. El estrepitoso fracaso de la Sociedad de Naciones durante la época de entreguerras dio lugar a la Organización de las Naciones Unidas en 1945, que tan solo dos años más tarde se enfrentaba a la decisión más importante de su breve historia: la cuestión palestina.



El 29 de noviembre de 1947, tras un largo debate acerca de cómo actuar en la región probablemente con más memoria documentada de la humanidad, la ONU decidiría sobre la creación de dos estados en Palestina: uno judío y otro árabe, que se repartirían el territorio mientras Jerusalén quedaba como ciudad controlada por fuerzas internacionales. Sacudidos quizás por la conciencia ante el horror del Holocausto y con la idea de mitigar su sensación de culpa hacia una comunidad históricamente perseguida, los países miembros de las Naciones Unidas –impulsados por Estados Unidos y la URSS- decidieron, con 33 votos a favor, 13 en contra y 3 abstenciones, la creación de dos estados: Israel y Palestina. El resultado favorecía a la minoría judía, que aunque contaba con un tercio de la población en esos momentos, obtenía casi un 60% de los territorios en la zona.

Militar judío orando en el Muro
Esta decisión fue festejada por judíos, ya que por primera en dos milenios se les concedía el derecho a una nación. Sin embargo, las élites intelectuales se negaban a aceptar que la ciudad sagrada de Jerusalén quedara en manos extranjeras. Por su parte, los propios palestinos y los países árabes que rodeaban Israel se mostraron contrarios a una discriminación de tal magnitud hacia sus vecinos. La guerra era inminente, y los enfrentamientos no tardaron en sucederse. Si bien los británicos abandonarían la zona palestina el 15 de mayo de 1948, antes de que acabara el año ya se habían cometido atentados dirigidos contra civiles y edificios estratégicos de ambos bandos. Bajo una tensión exponencial, los judíos utilizaron las organizaciones paramilitares surgidas durante las décadas anteriores –Haganá, Irgún y Palmach-, entrenadas clandestinamente bajo mandato británico, para proteger a sus civiles y defenderse del enemigo. Por su parte, los palestinos fueron apoyados por los países de la Liga Árabe, si bien su fuerza no era muy considerable tras el desgaste sufriedo en la II Guerra Mundial, exceptuando a la Legión Árabe –entrenada por británicos durante la contienda y ahora pertenecientes a Jordania-. Israel consiguió repeler los ataques de sus vecinos durante los meses siguientes y conformarse así como nación. Además, gracias a la conquistas, las tropas judías lograron establecerse en un territorio mayor que el que les correspondía inicialmente en los planes de partición de la ONU. En el armisticio firmado en 1949, controlaban casi el 70% de la región palestina en sus manos, exceptuando la Franja de Gaza, que quedó controlada por Egipto y la región de la ribera occidental del mar Muerto, administrada por Jordania. De los dos estados pensados en el reparto, solo se había establecido uno, el estado judío de Israel. Esta situación forzó al exilio a miles de palestinos. Y aunque por un lado la Asamblea General de la ONU reiterara el derecho de estos refugiados a regresar a sus hogares, Israel era admitido como miembro de las Naciones Unidas. El nuevo estado no quería perder los territorios conquistados mediante la acción bélica.


Mientras que parte del mundo, ya deslumbrado por el sesgo informativo, consideraba que el conflicto existente en Palestina era un problema exclusivamente de refugiados, en 1967 estallaba otro conflicto árabe-israelí, conocido como la Guerra de los Seis Días. En esta contienda, Israel anexionó a su territorio Jerusalén y ocupó las regiones de los Altos del Golán y el Sinaí. Se produjo el segundo éxodo masivo de palestinos, a pesar de que las Naciones Unidas instaran a la nación israelí a facilitar su regreso y a retirar sus ejércitos de las zonas ocupadas. Israel hizo caso omiso.

Durante esta década de los sesenta se fundó la Organizaciónde Liberación de Palestina (OLP), que redactó y aprobó un Estatuto Nacional que se comprometía en la lucha de derechos de sus compatriotas. Pedía la autodeterminación palestina y consideraba a Israel un estado ilegal. Reivindicaba asimismo el derecho de su pueblo a regresar a su hogar y, en caso necesario para que esto se cumpliese, recurrir a la lucha armada. Este último punto ha producido que Israel nunca haya llegado a reconocer a esta organización, como sí lo han hecho otros organismos internacionales.

Niños judíos jugando a la pelota en la Ciudad Vieja de Jerusalén
Desde entonces, el modus operandi judío para anexionarse zonas palestinas ha consistido en facilitar a sus colonos el acceso a asentamientos ilegales en territorio árabe. Para “garantizar” la seguridad de sus colonos ante los "posibles ataques terroristas", estos asentamientos eran -y son- controlados por el ejército israelí, que ocupa militarmente las zonas habitadas, a la vez que la ocupación judía por territorio avanza inexorablemente. El documental de Jon Sistiaga - La Tierra Prometida ilustra muy bien todo este proceso. Por otro lado, el Estado también ofrece ventajas fiscales a aquellos judíos que deciden establecerse en la “Tierra Prometida” provenientes de otras naciones, adquiriendo tierras a costa de campesinos palestinos. Esta actitud desafiante por parte de Israel ha sido denunciada por el Consejo de Seguridad de la ONU en muchas ocasiones, aunque sin éxito. El abuso de poder que sufre el pueblo palestino se hace más latente en las zonas ocupadas de la Franja de Gaza y la ribera occidental, donde miles de palestinos carecen de derechos. Además, las represiones militares en estas zonas han provocado numerosos muertos en los últimos años. Desde la llegada al poder en 2007 del grupo Hamás, considerado por ocho naciones como grupo terrorista, se han reactivado los conflictos, ahora con mayor intensidad, como se ha podido comprobar estos últimos meses previos al traslado de la embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén.

De los cuatro millones de palestinos, un millón viven en zonas controladas por Israel, casi otro millón y medio en Gaza y la región de Cisjordania, mientras que el resto viven en el exilio. Es cierto que durante miles de años los judíos han sufrido las persecuciones de otros grupos religiosos o étnicos, esto es innegable. Sin embargo, parece que a día de hoy sus proféticas escrituras les mantengan en un estado de ceguera total acerca de su pasado, y que estén dispuestos a repetir las mismas injusticias que sufrieron con otras minorías como la palestina. Mucho tiempo queda hasta que se pueda hablar de una situación de paz en esta región de Oriente Medio si la actitud israelí no cambia, pero lo cierto es que si echamos la vista atrás a sus antecedentes, parece poco probable que vaya a suceder. Y es que, 70 años después de su declaración de independencia, los judíos son apoyados política, económica y armamentísticamente más que nunca por los grupos financieros mundiales más poderosos, los cuales son mayoritariamente judíos norteamericanos, que tienen mucho peso en las organizaciones internacionales. No quiero decir, ni mucho menos, que los palestinos sean unos santos inocentes, pero no creo que la ley del Talión –aquella que defiende el ojo por ojo, diente por diente-, sea la más adecuada en una tierra que parece incapaz de alcanzar una paz cuyas religiones promulgan desde hace miles de años.

Bibliografía consultada (además de los enlaces):

-Lapierre, D. & Collins, L., Oh Jerusalén (1971).